miércoles, 3 de diciembre de 2008

Perfidia



Siempre fue una mujer soberbia. Lo triste es que el apelativo no se redujera a su aspecto físico. Su carácter difícil se hacía notar ya en su juventud, aunque restringido por una madre autoritaria. Corrían años duros de posguerra y racionamiento.
Formó una familia con un buen hombre, algo melancólico y solitario. Si antes había sido su madre la persona que le había impedido desarrollarse y formarse (era la hermana mayor de ocho vástagos), ahora era su marido, con esa falta de carácter, el origen de su profunda infelicidad.
Fruto de esa relación nacieron tres hijos, los cuales crecieron en un ambiente tenso, intoxicado por su intrigante actitud; cualquier persona ajena o no a la familia era partícipe de todo tipo de intenciones malsanas. Un fondo paranoide en el que nadie estaba a salvo de nadie. De una forma intuitiva y escalonada, fueron abandonando ese hogar prematuramente.
La bola crecía conforme envejecía; lejos de modificar su inoperante forma de ver el mundo se reafirmaba en esa conspiración universal.
Quizá la vida sin dolor, en su cabeza, no tenía sentido.